“En esta situación crítica la sociedad está constatando como
el modelo de atención a la dependencia y, especialmente, a las personas mayores
hace aguas por todos lados”.
Hoy entrevistamos a Flor Fondón
Salomón Presidenta de la ADHEX (Asociación
de Derechos Humanos de Extremadura) desde 2003. Agradecemos que en estos
momentos de crisis dediques un poco de tu tiempo a esta entrevista. Desde el
proyecto CACTALA nos parece muy importante el punto de vista de los Derechos
Humanos de esta pandemia mundial.
Hacemos un breve resumen de los
fines de la entidad (toda la información la puedes encontrar en www.centroderechoshumanos.com):
ADHEX trabaja para que sea posible el cumplimiento de los Derechos Humanos
(DDHH) en la región desde múltiples ópticas: la Investigación en Extremadura, la
educación en DDHH sobre todo a jóvenes, la denuncia de violaciones de DDHH,
formación a profesorado, formación online y presencia a toda la población y la promoción
de la igualdad de género y promoción de la autonomía de las mujeres y realización
de actividades de Educación para una ciudadanía global.
ADHEX trabaja prioritariamente con: personas reclusas y exreclusas, inmigrantes,
personas refugiadas y asiladas o solicitantes de asilo, drogodependientes con
problemas jurídico-penales, víctimas del Tráfico y la Trata de personas con
fines de explotación, actos racistas, xenófobos o conductas intolerantes, personas
en riesgo de exclusión social o excluidas, jóvenes, minorías étnicas, menores
infractores personas con discapacidad.
¿Crees que el control de esta pandemia mundial, ha supuesto una lesión
para los Derechos Humanos a nivel mundial? ¿En España y en nuestra región?
Evidentemente, esta pandemia nos
ha cogido desprevenidos y desprevenidas. Al menos la ciudadanía de a pie no
hubiéramos imaginado –incluso– poniéndonos en el peor de los escenarios
conjeturados, que iba a alcanzar estas proporciones. Y, como la realidad es la
que es y con un problema de salud pública tan grave, algunas medidas que, en
situación normal, no se podrían ni tan siquiera plantear, ahora mismo son
necesarias. Me estoy refiriendo, por ejemplo, al cierre de fronteras y a la
prohibición de la libre circulación de las personas: el confinamiento.
Pero, como digo, esto con ser
grave no es lo peor.
Lo más grave de la situación
mundial, a estas alturas, creo que está por ver. Y va a dejar al descubierto,
una vez más, las tremendas desigualdades que hay en el planeta. Entre unos
países y otros, entre unas regiones y otras, entre territorios limítrofes, e
incluso entre los barrios de una gran urbe. Y este análisis deberá hacerse.
En España y en Extremadura
también, claro, lo que esta crisis está poniendo de manifiesto es que nuestro
sistema de salud, sino en precario, sí estaba bajo mínimos. Y no solo por los
recursos materiales, que también, sino por los humanos. Los gobernantes han ido
recortando, con la excusa de la crisis de 2008, presupuestos en sanidad. Hemos
estado viendo como los y las profesionales sanitarias, con sus mareas verdes, han
estado reclamando mejoras. Mejoras salariales, más contrataciones, empleo
estable. Y como los seres humanos somos de memoria frágil, conviene recordar
ahora que las reivindicaciones de los médicos y médicas no fueron muy bien
vistas por la sociedad. Se les tachó de privilegiados, esos mismos
profesionales a los que ahora aplaudimos en los balcones cada tarde.
Hemos ido asistiendo impasibles,
casi toda la sociedad, a la privatización de la Sanidad Pública. Empezaron por
los servicios de lavandería, limpieza y continuaron contratando catering y
dejando de cocinar en los hospitales. Lo que eufemísticamente llaman
“externalización”. Ahora te llaman para
una operación programada y te dicen si te van a operar en un hospital público o
en una clínica privada. ¿Sabemos cuánto facturan estas clínicas a los servicios
sanitarios públicos cada mes? Ni lo imaginamos.
Y sin embargo, ahora, en plena
crisis, vemos como hospitales privados en Madrid tienen plantas cerradas y no
las están poniendo a disposición de los miles de enfermos y enfermas.
Obviamente, un Estado no puede
disponer de tantos recursos como si una epidemia de esta magnitud fuera a
ocurrir dos veces al año. No es sostenible. Pero sí mantener unos estándares
óptimos, y digo óptimos y no de mínimos, en nuestro Sistema de Salud. Que
tengamos reservas de materiales, protocolos establecidos y, sobre todo,
profesionales suficientes, en todas las especialidades y en todas las
categorías profesionales. Lo que no se puede tolerar es que se hagan contratos
por días, por fines de semana. No hace mucho vimos la situación de los MIR en
Extremadura, o que han debido cerrar especialidades y trasladar a los pacientes
a otras áreas de salud.
¿En tu opinión hay grupos de personas más vulnerables que otras?
En esta pandemia se ha aseverado
que las personas vulnerables son las personas mayores o las que presentan
patologías previas. A ellas sumaremos como “de riesgo” a profesionales del
ámbito de la salud y de los cuidados. Eso en cuanto a la enfermedad se refiere,
pero hay otros grupos vulnerables que están padeciendo las consecuencias del
aislamiento social de manera extrema.
Quienes han tenido que dejar de
trabajar y no tienen un colchón económico para hacer frente, quienes viven de
la economía menos formal. Personas que viven en la calle. O en infraviviendas
en condiciones insalubres y hacinadas. Drogodependientes. Nadie está hablando
de las personas drogodependientes, que viven en la marginalidad, eso no sale en
los telediarios. Pero esas personas estarán buscando su dosis diaria, imagino.
En España y en Extremadura hay
personas pobres. Que no pueden salir a hacer compras grandes porque no tienen
dinero para ello. Que no pueden ir a las farmacias a comprar paracetamol. Que
no tienen acceso a internet y sus hijos e hijas no pueden seguir el ritmo de
las clases online.
Hay personas con discapacidad que
no entienden todos los mensajes, que tienen movilidad reducida, que han visto
menguadas sus posibilidades de comunicarse.
Y hay mujeres que están
conviviendo –como siempre– con sus agresores. Día y noche, sin un respiro de
salir a trabajar, a ver a la familia, a contar su situación.
Mujeres que viven solas con sus
menores, que no van a trabajar, que no tienen ingresos…
En definitiva hay muchas personas
para quienes el confinamiento no está suponiendo una salvaguarda de su salud,
no a largo plazo.
¿Es el momento de repensar y replantear nuestro modelo de cuidados y de
atención a los/as más vulnerables?
Es fundamental. En esta situación
crítica la sociedad está constatando como el modelo de atención a la
dependencia y, especialmente, a las personas mayores hace aguas por todos
lados. El Sistema de protección a la Dependencia es bastión esencial en nuestro
“Sistema de Bienestar”, que entrecomillo porque el bienestar no lo disfruta
toda la población, ni muchísimo menos. Cuando, en 2006, se puso en marcha la Ley 39/2006, de 14 de diciembre, de
Promoción de la Autonomía Personal y Atención a las personas en situación de
dependencia, se preveía que el Sistema de Dependencia en 2015 estuviera
plenamente implantado y fuera universal como el Sistema de Salud. Dos años
después vino la crisis y llegaron los recortes sociales y estos, claro está,
afectaron a las ayudas y recursos destinados a las personas dependientes. Sin
haberse resuelto la situación, con una población extremadamente envejecida y
con unos recursos de cuidados muy limitados, llega la pandemia del Coronavirus
y todo se desmorona.
Ha quedado en evidencia que las
residencias de mayores no están preparadas para soportar una crisis. Muchas
entidades lo venimos diciendo desde hace mucho tiempo: las residencias de
mayores y para las personas dependientes, deben ser recursos públicos y se
deben dotar de medios suficientes para que las profesionales (porque casi todas
son mujeres) trabajen en condiciones laborales adecuadas. Las residencias
privadas o concertadas, negocios al fin y al cabo, priman el rendimiento
económico por encima de la atención. El personal es insuficiente, lo que incide
directamente en la calidad de los cuidados de las personas.
Y sí hay que repensar el sistema de cuidados. Porque aunque los recursos residenciales siempre serán necesarios, debemos esforzarnos para que las personas mayores se queden en su entorno, cerca de sus familiares. Las macro residencias, tan deshumanizadas, deben ser cosa del pasado. Nuestra cultura siempre ha sido de tener en las familias a nuestros abuelos y abuelas hasta el final. Y de eso ya abominamos. Siempre con el escudo por delante de que “en las residencias están mejor atendidos”.
Los cuidados siempre han sido ejercidos por las mujeres y a esto también hay que darle una vuelta completa. No, no estoy planteando que a las personas mayores para que se mantengan en sus hogares, deban ser sus hijas las que sacrifiquen sus vidas, sus trabajos, sus profesiones, para atender a las personas que lo necesitan. No. Debe ser el Estado quien asuma con recursos especializados y suficientes esta labor de cuidados y protección.
Las ayudas previstas para grandes dependientes bien cuidadas por familiares (en más del 90% de los casos por mujeres, insisto), o por empresas prestadoras de servicios son insuficientes. En el caso de gran dependiente, el servicio de ayuda a domicilio es de tres horas y media diarias.
El Sistema de Dependencia debe ser revisado y reforzado. Y si bien, lo idóneo es que sea un sistema universal y hacia ello debemos encaminar las actuaciones; no podemos obviar la realidad: los recursos son finitos y este Sistema muy caro. Algunas expertas y expertos ya dijeron en su día que debería hacerse un filtrado y que entre los baremos a tener en cuenta también se incluyeran los económicos. Es difícil y polémico, pero hasta que nuestra economía sea capaz de sustentar el sistema universal, debería ser tenido en cuenta.
Y sí hay que repensar el sistema de cuidados. Porque aunque los recursos residenciales siempre serán necesarios, debemos esforzarnos para que las personas mayores se queden en su entorno, cerca de sus familiares. Las macro residencias, tan deshumanizadas, deben ser cosa del pasado. Nuestra cultura siempre ha sido de tener en las familias a nuestros abuelos y abuelas hasta el final. Y de eso ya abominamos. Siempre con el escudo por delante de que “en las residencias están mejor atendidos”.
Los cuidados siempre han sido ejercidos por las mujeres y a esto también hay que darle una vuelta completa. No, no estoy planteando que a las personas mayores para que se mantengan en sus hogares, deban ser sus hijas las que sacrifiquen sus vidas, sus trabajos, sus profesiones, para atender a las personas que lo necesitan. No. Debe ser el Estado quien asuma con recursos especializados y suficientes esta labor de cuidados y protección.
Las ayudas previstas para grandes dependientes bien cuidadas por familiares (en más del 90% de los casos por mujeres, insisto), o por empresas prestadoras de servicios son insuficientes. En el caso de gran dependiente, el servicio de ayuda a domicilio es de tres horas y media diarias.
El Sistema de Dependencia debe ser revisado y reforzado. Y si bien, lo idóneo es que sea un sistema universal y hacia ello debemos encaminar las actuaciones; no podemos obviar la realidad: los recursos son finitos y este Sistema muy caro. Algunas expertas y expertos ya dijeron en su día que debería hacerse un filtrado y que entre los baremos a tener en cuenta también se incluyeran los económicos. Es difícil y polémico, pero hasta que nuestra economía sea capaz de sustentar el sistema universal, debería ser tenido en cuenta.
El Estado y las CC.AA están haciendo una importante inversión en
suministros médicos (Epis, respiradores, etc.) inevitablemente este gasto
repercutirá en los prepuestos…
Es de cajón. Pero no solo por el
tema de los suministros, sino muchísimos otros gastos. Han montado hospitales
de campaña, han habilitado como hospitales pabellones feriales. Se han
preparado morgues mastodónticas. Las desinfecciones de vías públicas, de
residencias. La contratación de personal…Eso solo en lo que atañe a la atención
a las personas enfermas y a las fallecidas. Las medidas de confinamiento, por
otro lado, está suponiendo un descalabro económico bestial.
Cuando pase la epidemia vendrá la
otra tragedia. Esto va a ser muy complicado a corto y medio plazo.
Las personas en paro, las que han sufrido ERTES y ERES, los y las
autónomas, van a sufrir el impacto económico de esta crisis. ¿Crees que el
Estado y la Autonomías deben tomar medidas de excepcionales? ¿Cuáles en tu
opinión?
Claro que sí, deben tomarlas. Se
están tomando, de hecho. Como siempre la crisis la vamos a pagar los de
siempre, las personas trabajadoras por cuenta ajena y las autónomas. Veremos,
en los próximos meses, muchos negocios cerrados. Incluso habrá quienes no
puedan ni siquiera abrir tras la cuarentena.
Quienes seguirán ahí son los de
siempre. Las grandes multinacionales, los de los centros de trabajo
deslocalizados, los que no tienen escrúpulos a la hora de contratar mano de
obra precaria. Y no quiero nombrarlos pero sabemos quiénes son.
Hay economistas que afirman que el mundo será otro después del covid-19
¿estás de acuerdo?
Yo no soy economista, y me
gustaría pensar que sí. Que vamos a dejar atrás el modelo de consumo extremo,
que vamos a ser personas más solidarias, que vamos a cuidar mejor de nuestro
planeta. Y quizá, las personas de a pie, la ciudadanía cambiaremos nuestros
hábitos. Nos humanizaremos un poquito más para empezar a valorar lo importante.
Pero soy realista y creo que esto
solo va a servir para agrandar las desigualdades. Las mejores personas que esta
pandemia alumbre, seguirán siendo las anónimas.
Hay una oleada de solidaridad en torno a la epidemia, grupos vecinales
organizados para comprar de personas dependientes, ingenieros/as usando sus
impresoras 3D para hacer material médico, grupos de mujeres cosiendo batas y
mascarillas para sanitarias y sanitarios…
Pero como es habitual. Ya lo
vimos con la crisis de 2008, la gente es capaz de organizarse, de mostrar su
cara más solidaria. De prestarse a ayudar a los demás. Y esto es lo bueno que
surge en las tragedias.
De todas formas, y no por aguar
la fiesta, también se están viendo los llamados “policías de balcón”, gente que
sin conocer las circunstancias de otras personas llaman por teléfono a la
policía para que los detengan.
Y gente que, sin pensar en nadie,
sale a pasear al perro a dos kilómetros, va todos los días a la compra o no
cumple las normas de aislamiento.
De todo hay.
Otros problemas mundiales (las personas refugiadas, la trata, los y las
menores no acompañadas, etc.) han dejado de aparecer en los medios, pero no por
ello han desaparecido….
Suele pasar. Los medios de
comunicación están centrados en la pandemia y, siendo como es un tema tan
grave; lo cierto es que hay otras realidades que están ocultas ahora mismo y
que, probablemente, su realidad sea más grave que antes de la aparición del
virus. ¿Cómo están viviendo esto las personas que están en los campos de
refugiados? ¿Y las mujeres en los prostíbulos o en los pisos?
Cuando todo vuelva a la
normalidad para la inmensa mayoría de nosotros y nosotras; su normalidad, la de
estas personas que ya estaban sufriendo la pandemia de la exclusión y la
sinrazón, será mucho más cruel.
Desde muchas entidades sociales se ha criticado el lenguaje en términos
de guerra que se usa últimamente en los medios de comunicación y redes …
Nuestro lenguaje es muy dado al
uso de las metáforas. Y para la mayoría, la situación actual es lo más parecido
a una guerra: hospitales hacinados, miles de personas enfermas, confinamiento.
Y tenemos en nuestra memoria reciente, el tema de la escasez de alimentos y
productos básicos, de ahí la desbandada a los supermercados.
Aunque no es nuevo. ¿Cuánto
tiempo no hace que venimos utilizando este lenguaje con el cáncer? “Ganar la
batalla contra el bicho”, “Tienes que luchar”, “Eres una guerrera, tú podrás”.
Como si la cura dependiera de
ello. O como si las personas que mueren lo hicieran por cobardía.
También utilizamos en nuestro
lenguaje muchas metáforas taurinas y no quiere decir que seamos amantes de la
fiesta.
¿Deseas hacer una reflexión final?
Pues me gustaría que cuando todo
esto pase, seamos capaces de recordar a los miles de personas que están
muriendo en soledad. A la angustia de sus familiares durante la enfermedad sin
tener noticias.
Que imaginemos esos coches
fúnebres viajando por toda España en busca de un crematorio porque en las
grandes ciudades ya no hay sitio.
Que seamos capaces de empatizar
con los y las profesionales que ahora mismo están cuidando de las personas
enfermas, porque las consecuencias psicológicas le van a acompañar, en muchos
casos, de por vida.
Que todo este sufrimiento no sea
en vano y que nos convirtamos en mejores personas.
Si este virus nos está poniendo
patas arribas, debemos reflexionar por qué.
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